Hace nueve años comenzaba a trabajar, con muchas ganas de hacer lo mejor y esforzarme al máximo, con la inocencia de un niño al jugar en la calle miraba a las grandes empresas que ofrecían puestos y beneficios. Siempre recuerdo mi primer trabajo por un evento que aquella vez parecía chistoso: eran eso de las 4:00 pm del 2008, en plena crisis hipotecaria, yo trabajaba como cobrador de Chase Bank en un Call Center de mala muerte, años después entendí la magnitud del trabajo que realizaba. La economía estaba en un punto crítico y nosotros llamábamos para cobrar y dar “planes” de apoyo para los deudores hipotecarios. En una de esas llamadas, un cliente estalla en furia ante la insensibilidad del Banco en seguir llamando aun cuando sabe que él es incapaz de honrar su deuda. Sus palabras me sacaron una risa burlona, claro, puse en silencio el teléfono ¿Qué más podía hacer? ¡me dijo usted trabaja para el demonio!

Ya no trabajo allí, pero esta frase ha cambiado su color con los años, me ha llevado a reconsiderar la naturaleza de sus presuposiciones. Más allá de ser un misticismo sacado de los libros, de imaginar al Diablo con esa imagen tonta que le hemos dado. Pensar que realmente podemos estar haciendo que carezca de valor y bondad podría aturdirnos con suficiente fuerza como para reaccionar e irnos a vivir de la naturaleza.

El trabajo de un financista es conseguir que crezca la riqueza de los accionistas o dueños de una empresa. El trabajo de un administrador es el uso óptimo de los activos de una empresa y de esta forma hacer crecer el patrimonio. Esto lo leo a diario en cualquier libro de administración, finanzas, inversiones o contabilidad. Esto a nuestra vista es perfectamente natural, al parecer el pensamiento platónico sobre la herencia de cualidades podría explicar porque tenemos la mentalidad que la sociedad donde vivimos es buena y que debe ser defendida. Platón creía que los esclavos daban a luz esclavos, ir en contra de esto es ir en contra de la ley de la naturaleza; para mí fue el primer fisiócrata.

Heredamos esta naturaleza; esta nos define como objetos de un mercado que existe por la idea de que la riqueza es el único indicativo valido para medir el progreso de la humanidad. Se nos ha inducido a pensar que siempre la humanidad funciono desde esta perspectiva. Toda la vida humana gira en esta realidad, los negocios y el dinero. No por esto es raro que la última reforma a las horas de trabajo se hizo en 1922.

No es raro encontrarse quemado, desanimado y ver a los encargados del capital humano o como sea que deseen llamarle hacer lo posible para animarlos, llevarlos a taller de cuerdas, charlas motivaciones, pagar grandes sumas de dinero en beneficios. De alguna manera esto no cambia la perspectiva del “precioso” capital humano, la realización de ser una pieza minúscula en un engranaje multimillonario del cual participamos por la recompensa monetaria pareciese tener más peso que todos los beneficios, charlas y demás artimañas utilizadas.

Sentirse útil solo por saber algunas cosas que requiere un conglomerado, seguir un uno, dos y tres con suficiente exactitud para no ser despedido ni infravalorado ha sido el fin de la valoración personal.

En frente de esta aterradora realidad nos preguntamos ¿Realmente lo que hago ayuda a que el mundo sea un lugar mejor?, sin caer en el existencialismo enfermizo, pareciese que en nuestras vidas se cumple el mito de Sísifo, nos vemos obligados a levantar una pesada roca cuesta arriba, para al final verla caer, para recogerla y volverla a levantar cuesta arriba para al final nuevamente verla caer.

Puede ser que nuestros puestos de trabajo no ofrezcan nada bueno al mundo, en nuestro trabajo de cuello blanco, en nuestra oficina privada nos dediquemos a ocultar riquezas, crear sociedades fantasmas, engañar para generar mayores ingresos para nosotros. Puede ser que aquel que remienda zapatos haga algo mejor que lo que nosotros hacemos.

En una sociedad igual a la sociedad de las abejas de Mandeville donde el vicio pareciese ser la razón por la que tenemos tanta “riqueza”, sería necesario preguntar ¿Hasta donde hemos comprometido nuestro cristianismo en lo que realizamos? Esta pregunta la evitamos, de forma tal no interfiera con nuestras perfectas vidas.

Seguramente esta era la pregunta que muchos se han hecho a lo largo de la historia, podría ser el pensamiento que se cruzaba por la mente a los esclavos a los que Pablo escribió en Colosenses 3:23:

Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres

Si hacer lo que se hace para el Señor cambia la naturaleza de la actividad, entonces podríamos robar a alguien después que lo hiciésemos para Dios. Seguramente no es lo que Pablo tendría en mente, dos cosas resaltan en lo que podemos llamar la ética cristiana del trabajo: Hacer de corazón y para el Señor. En contra posición de para los hombres. Relativiza la autoridad del señor terrenal y eleva por encima la autoridad del Señor celestial.

Corazón, literalmente alma, como el cúmulo de lo que somos. Poner la vida y todo nuestro esfuerzo, experiencia e intelecto a lo que se hace no tendría ningún significado sino fuese como para el Señor.

El esfuerzo y la pasión sino son para Dios en el hombre encuentran un significado minúsculo, interesado en cosas llanamente pequeñas. Ni siquiera una obra perfecta sin un corazón puro vale la pena delante de Dios quien primero pesa los corazones antes de mirar su ofrenda. Él no busca que hagamos unos pasos para realizar una tarea. Busca que lo que hagamos exhiba quien es Él. Que se vea su amor, santidad, misericordia y justicia etc. En esta ética es difícil mantener lo sucio de nuestras funciones intactas, Saqueo entendió esto perfectamente al devolver lo que había cobrado de más. Pablo lo expresa más claramente en Efesios 4:28:

El que roba, no robe más, sino más bien que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, a fin de que tenga qué compartir con el que tiene necesidad

Usualmente creemos que el evangelio sólo abarca nuestros actos que no están definidos en un contrato, creemos que aquello que hemos acordado no entra dentro de aquello que nos pide Dios. ¿Tendrían alguna opción de mantener sus trabajos aquellos que se dedicaban a vender estatuillas de Diana? ¿Podrían seguir ejerciendo sus funciones de la misma manera aquellos que se dedicaban a cobrar impuestos?, la respuesta a esto es tan obvia para casos externos, pero tan escondida para nuestra realidad.

Aquello que hacemos tiene un valor significativo, trae seguridad o algún beneficio. Usualmente nos vemos atados a hacer el uno, dos y tres que ya sabemos hacer. Con la duda de si somos Sísifo subiendo la pesada piedra. Entendiendo que realizar nuestras funciones con mayor pureza significaría bajar el “desempeño” esperado y exponernos al fracaso. Vemos los lazos de amor de Dios como una limitante para nuestros tan preciados oficios, irónico que preferimos los lazos de la multinacional desalmada que aquellos que buscan nuestro bien, preferimos de cierta manera la oscuridad y turbiedad por sus beneficios. ¡Tan tontos y estúpidos somos!, si sólo pudiésemos tener una probada de la satisfacción de hacer lo que realmente debemos hacer, le perderíamos el sublime y sobrio respeto que le tenemos a nuestras apreciadas funciones.  Podríamos alzar la mirada y ver al único que queremos agradar, buscaríamos con toda nuestra alma hacer sólo aquello que transcienda lo terrenal, anhelando escuchar su aprobación.

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